domingo, 20 de noviembre de 2011

Patria

Resultados electorales hasta en la sopa. Mi patria es un rinconcito/ el canto de una cigarra/ los dos primeros acordes/ que yo supe en la guitarra.



jueves, 10 de noviembre de 2011

Y en Madrid






La última presentación del Planto llegó a Madrid (te echamos de menos). Allí Roberto Terán dijo cosas tan hermosas como éstas (gracias, Rober):



Mis primeros recuerdos relacionados con la práctica de la poesía son también mis primeros recuerdos de David J. Calzado. Íbamos a clases de inglés por las tardes en nuestro legendario barrio a las afueras de Sevilla. Imberbes, no más de doce o trece años, escribíamos poemas a medias y a escondidas. Obviábamos a la profesora porque un mundo mucho más interesante se abría de repente ante nosotros.
Han pasado muchos años, pero todavía recuerdo algunos poemas míticos que nos aprendíamos de memoria para recitarlos en los momentos oportunos o para usarlos como armas arrojadizas unos contra otros y éramos tan jóvenes, tan ingenuos, que nos reíamos sin pudor de nosotros mismos. Recuerdas aquellos versos: “Preferir el porno a la poesía/ no es cosa desmedida en estos tiempos/ pues bien, sepan ustedes,/ que también las palabra se masturba.” Un gran poema de un David adolescente. Luego descubrimos que no eran tan incompatibles pornografía y literatura. De hecho, creo, se parecen bastante.
Han pasado muchos años y la vida avanza rápida. El mundo se hizo más grande para nosotros. No sé si mejor, pero desde luego más real. Como bien dice David en unos de sus poemas:

Un día al intentar alzar el vuelo
Cansados de la calma de la isla,
Con pavor descubrimos
Caladas hasta el tuétano las alas.

Nos trae el amigo David un poemario bien estructurado. 41 poemas divididos en tres partes son necesarios para describir un pasado concreto. Nos remite al tramo de vida que llega hasta después de la ausencia. El amor terminar en luto. La muerte es la forma más rotunda de estar ausente. Y hay un héroe en una leyenda sumeria que quería vencer a la muerte. Ese era Gilgamesh. Parece una historia abocada al fracaso. Pero la ficción llega hasta donde llega y la muerte forma parte de un irónico ciclo vital. A pesar de lo que el propio David dice en uno de sus poemas:

Ningún amanecer podrá salvarme,
Devolverme la calma y el reposo
De los bosques de boj a cielo abierto
El sabor de la miel a mediodía,
El reto de los nados en el río.

Cuando hay mucho dolor no importa tanto saber que se está equivocado.
Me gustaría remitiros en este punto al magnífico prólogo que Miguel Florián ha escrito para el libro. En él hace un análisis muy acertado de la relación entre el mito sumerio de Gilgamesh y la forma en la que David envuelve en una niebla de claroscuros su propia experiencia vital.
Nada más, ni desde luego mejor, puedo yo aportar en este sentido.
Da gusto cuando se encuentra uno un buen prólogo.
Es cierto que David exige un esfuerzo al lector. Pero no tanto como quiere hacernos parecer. La historia de Gilgamesh, la de David, no es diferente a la de cualquiera de nosotros. Ese es el éxito de la mitología y por eso recurrimos a ella con tanta frecuencia. Pero los poemas de David están en el mundo de hoy.
Me gustaría hacer una reflexión. Me parece muy evidente a lo largo del libro una idea que deshace ese pesimismo aparente que impera en los poemas de David. En este caso la muerte es también el principio de una nueva vida. Por ejemplo dice:

Baldeados los patios, ya de noche,
Mas noche luminosa de sur estremecido
Con limonero al fondo,
Recobrar la ventura
En la mirada limpia, furtiva, del muchacho
Que fui en otras noches.

Caer hondo de fauces hasta el mundo,
Encarnar el prodigio de la vida.

Ahora volvamos a las tristezas.
Siempre estamos inmersos en un proceso de comprensión del mundo y las personas. Escribir poemas es intentar comunicar en qué momento está uno, cómo ve las cosas. Y se hace para que así quede y no se olviden ciertos acontecimientos. No todo es verdad pero nada es mentira. Los sentimientos y sus consecuencias son comprimidos en el espacio que ocupan algunos versos. A cada impresión le acompañan unos ritmos concretos, la medida de las sílabas se corresponden con los estados: En la primera parte del libro hay mucho que decir, que explicar. Aceptamos el juego que David nos plantea. Es cierto, el mito existe. Después de saberse solo nada más queda la ausencia y el recuerdo.
El poeta reclama su parcela de frustración y la invoca para hacerla desaparecer.

Muerto está entre nosotros, sin salvaje
Alarido, apenas sin brotar
Su última palabra. ¿Dónde estás?
¿Ahora dónde estás? ¿No debería-
mos ser inseparables?

En la segunda parte del libro algo pasa. Parece que ha transcurrido esa noción subjetiva que llaman tiempo y que David utiliza a su antojo. El mundo ya no es negro. Ahora es gris. Ahora el llanto es más contenido. Poemas con pocos versos, con menos sílabas que en la primera parte, con rimas suaves en ocasiones. Son poemas más descriptivos, más hacia afuera.
El presente es la descripción de las calles por las que el poeta pasea su tristeza. Ahora hay silencio, ese gran lugar común, y es el tiempo de percibir lo que sucede alrededor. Pero también del recuerdo de la experiencia pasada. Queda la cicatriz. El recuerdo de las ciudades visitadas, el anhelo de que los instantes hubieran sido eternos. De eso queda la cicatriz. Y los escenarios callejeros por los que transcurrió la vida en otros tiempos. El poeta es consciente de que es él es su mejor enemigo. Dice David:

La misma lluvia cae, las mismas tejas.
Deambulas. La ciudad, sólo albor.

¿Contra quién amanece?

Acompañando poco a poco al poeta en su suerte llegamos al epílogo. La última parte de Planto de Gilgamesh es un único poema largo (largo teniendo en cuenta los poemas como sentencias de la segunda parte) en el que David toma conciencia de algo que puede parecer muy duro, pero que es una experiencia que nos acompañará el resto de la vida: Hay veces que la ausencia se confunde con la palabra muerte. Que la otra persona muera significa que tú has muerto también de alguna manera. Es decir, él acepta que hay un nuevo yo, que es diferente a aquel que comenzaba el poemario haciendo cavar en el musgo un lecho de muerte sobre una terca grieta lejos de poniente.