a todos sus excesos melodramáticos,
porque son capaces de destilar
grandes temas culturales mediante
una especie de taquigrafía de imágenes pop."
David J. Skal
El rechazo al otro y el miedo a lo desconocido siguen siendo temas de actualidad después de más de setenta años del estreno de La Parada de los Monstruos (Freaks, 1932), del director Tod Browning (Kentucky, 1882; California, 1962). La película narra la fascinación de Hans, el enano, por la bella trapecista Cleopatra, al coincidir ambos en el circo. Cleo (Olga Baclanova), amante secreta del forzudo Hércules (Henry Victor), seduce a Hans para que deje a su prometida, también enana, Frieda (Daisy Earles). Se casa con él e intenta envenenarlo con intención de apoderarse de una importante herencia. Pero la solidaridad entre los “monstruos” permitirá un desenlace inesperado donde interviene la mutilación, la venganza y el escarnio público.
La película, basada en la novela Spurs de Tod Robbins, comenzó a rodarse a mediados de 1931, aprovechando el éxito comercial cosechado por su director (Drácula, 1931). El influyente productor de Metro-Goldwyn-Meyer, Irving Thalberg (el mismo que quiso contactar con Buñuel y que obtuvo silencio por respuesta) le dio plena libertad para hacer a su antojo la película. Aunque tras el visionado definitivo obligó a Browning a hacer unos cortes considerables que explican su poco más de sesenta minutos de duración. No fue suficiente. A pesar de los cortes, la película debió salvar las censuras de medio mundo.
Browning aprovechó para hacer una historia muy personal: impuso un rodaje sin trucajes gracias a la fecunda colaboración de auténticos fenómenos del circo Barnm. La trouppe de Madame Tetrallini (el hombre tronco, los enanos, las niñas calvas…) sobrecoge aún hoy, por su veracidad y ausencia de artificio.
El ciclo fantástico-terrorífico, tan en boga en aquellos años, se engrandece con algunas magistrales escenas de esta producción que R. Gubern ha bautizado como “aquelarre goyesco”. La aceptación de Cleopatra en el círculo social de los “monstruos”, mediante un acto de comunión colectivo, es de una belleza e intensidad sobrecogedora.
El enfrentamiento entre la deformidad física de Hans (y su correlato femenino, Frieda) y la deformidad moral de Cleo (y su correlato masculino, Hércules) constituye una actualización del viejo tópico del irreconciliable binomio belleza corporal / espiritual, centro de tantas historias (Dorian Gray, El Hombre Elefante, arquetipo de la femme fatale...).
La película, basada en la novela Spurs de Tod Robbins, comenzó a rodarse a mediados de 1931, aprovechando el éxito comercial cosechado por su director (Drácula, 1931). El influyente productor de Metro-Goldwyn-Meyer, Irving Thalberg (el mismo que quiso contactar con Buñuel y que obtuvo silencio por respuesta) le dio plena libertad para hacer a su antojo la película. Aunque tras el visionado definitivo obligó a Browning a hacer unos cortes considerables que explican su poco más de sesenta minutos de duración. No fue suficiente. A pesar de los cortes, la película debió salvar las censuras de medio mundo.
Browning aprovechó para hacer una historia muy personal: impuso un rodaje sin trucajes gracias a la fecunda colaboración de auténticos fenómenos del circo Barnm. La trouppe de Madame Tetrallini (el hombre tronco, los enanos, las niñas calvas…) sobrecoge aún hoy, por su veracidad y ausencia de artificio.
El ciclo fantástico-terrorífico, tan en boga en aquellos años, se engrandece con algunas magistrales escenas de esta producción que R. Gubern ha bautizado como “aquelarre goyesco”. La aceptación de Cleopatra en el círculo social de los “monstruos”, mediante un acto de comunión colectivo, es de una belleza e intensidad sobrecogedora.
El enfrentamiento entre la deformidad física de Hans (y su correlato femenino, Frieda) y la deformidad moral de Cleo (y su correlato masculino, Hércules) constituye una actualización del viejo tópico del irreconciliable binomio belleza corporal / espiritual, centro de tantas historias (Dorian Gray, El Hombre Elefante, arquetipo de la femme fatale...).
Otra elemento interesante es el sentimiento de solidaridad entre los “monstruos” y los propios códigos de conducta que cohesionan su comunidad para defenderse de los ataques del entorno hostil. De la ternura y el humor pasamos a la venganza y el espanto, con auténtico desconcierto.
Aunque la película fue mal conocida en Europa durante largo tiempo y la crítica de la época la despreció, una generación de aficionados, al margen de la cultura oficial, consiguió recuperarla. Hace unos cuantos años, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián (1996) realizó un repaso de la filmografía conservada de Browning. Fruto de aquel acontecimiento se publicó el magnífico estudio monográfico El carnaval de las tinieblas, de David J. Skal y Elías Savada (Fest. Int. de Cine de San Sebastián y Filmoteca Española. San Sebastián, 1996), lectura muy recomendable para los admiradores de quien ha sido calificado como el “Edgar Allan Poe del cine”. Otro día os hablo de Javier Gurruchaga y su devoción por este director.
Aunque la película fue mal conocida en Europa durante largo tiempo y la crítica de la época la despreció, una generación de aficionados, al margen de la cultura oficial, consiguió recuperarla. Hace unos cuantos años, el Festival Internacional de Cine de San Sebastián (1996) realizó un repaso de la filmografía conservada de Browning. Fruto de aquel acontecimiento se publicó el magnífico estudio monográfico El carnaval de las tinieblas, de David J. Skal y Elías Savada (Fest. Int. de Cine de San Sebastián y Filmoteca Española. San Sebastián, 1996), lectura muy recomendable para los admiradores de quien ha sido calificado como el “Edgar Allan Poe del cine”. Otro día os hablo de Javier Gurruchaga y su devoción por este director.
[Foto: Browning, en el centro, con el elenco de Freaks]
[Video: Escena de Freaks (1932), de Tod Browning]