Como todos los niños de entonces, yo también tuve una flamante calculadora. Marca Casio, recuerdo. Tras caerse al suelo y recibir varios golpes, siguió funcionando. Made in Japan. Si la agitabas, oías en su interior cómo bailaba una pieza desprendida. Sumaba y restaba, multiplicaba y dividía, pero su pantalla dejó de brillar con la intensidad primera; un acento de tristeza se instaló para siempre en su sucesión de dígitos verdes.
Si hoy me zarandeaseis, oiríais dentro de mí aquella pieza.
[Foto: Desde nuestra azotea, D. Calzado, 2006]
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2 comentarios:
Qué me encanta tu decir! Eso te digo!
¡Hasta!
...esa terraza, claro...
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