miércoles, 25 de marzo de 2009

ESCRITURA

Hoy no tengas ganas, ni fuerzas ni energía para escribir y sin embargo escribo. Pura contradicción. La necesidad de escribir no es más que un tópico gastado, un banco en el merendero de aforismos huecos. En realidad es que no hay nada más allá de estas líneas. Tampoco reconforta, no supone ninguna terapia. Lo hago y no puedo dejar de presentir que me hace daño. Enciendo otro cigarro con la colilla incandescente que abandono en el cenicero repleto. No me preocupa ser feliz (no compro libros de Punset ni nada por el estilo). ¿Qué coño me pasa? Conozco gente que folla menos y no vive con este amargor en los colmillos (lo del buen polvo es otro tópico). Tampoco soy un hincha decepcionado por una mala temporada ni un amigo traicionado por su mejor ex-amigo. Nada más allá de estas líneas. Escribo porque soy tinta (o píxeles) y papel (o pantalla plana). Escribo porque soy lenguaje.

Ilustración: © Richard Diebenkorn, Albuquerque 4, 1951.

lunes, 23 de marzo de 2009

La vida perra de Rosito Narboni


Ayer terminé Rosas, restos de alas (La Fábrica, 2008), primera novela dada a prensa de Pablo Gutiérrez. Ando rumiando mi desconsuelo tras su lectura, porque si algo sobresale en ella es desconsuelo en carne viva y a raudales (no hablaré de su expresión exacta ni de su ritmo hipnótico ni de su estructura fragmentaria, todo recuerda al mejor Vázquez, al de La vida perra de Juanita Narboni). Me ha emocionado, conmocionado, trastornado. No debieras leerla precisamente ahora, me repetía en las páginas 45, 58, 68. Afuera es primavera y yo aferrado al papel de gramaje exquisito, al olor de las páginas, al suculento envoltorio que reserva un espejo. Qué cabrón este Pablo, me digo, cómo construye, reconstruye, deconstruye toda infancia, quién carajo le ha contado a este tío mi adolescencia. No hay huida posible porque el mundo, aunque achatado por los polos, es redondo y siempre volvemos al mismo punto de partida tras la carrera. Quisiera escupirme pero no llego (menos mal que Pablo lo hace por todos).

© Fotografía (portada de la edición): Alberto García-Alix, Autorretrato con la mujer que quiero, 1984.

jueves, 5 de marzo de 2009

TELÉMACO



con el bozo incipiente aquel muchacho
miró fijo los ojos forasteros
que viejos y cansados
salieron a su encuentro

rodeó con sus brazos al anciano
y sin mediar palabra
lo besó como a un padre
y lo hizo su padre

Hace más de una década escribí este poema, probablemente tras la lectura de La Odisea. Tendría menos de veinte años y andaba enemistado con las mayúsculas y todo signo de puntuación. Lo he encontrado en una vieja carpeta que atesora poemas muy mediocres y un cierto afán de notoriedad juvenil. Me recuerdo recitándolo una noche en el desaparecido Galería Torneo, justo antes de que en una performance delirante Miguel Ángel Maya se afeitara en pleno bar, ante un auditorio tan borracho como entregado (aquellas noches se llenaron también de desnudos masculinos integrales, exposiciones fotográficas de Quino Petit y un amplio etcétera). En los créditos del primer disco de Paco Cifuentes hay una cita de aquellas madrugadas que consiguió emocionarme. Queda poco para que salga su segundo disco, La vida aparte. ¿De verdad que hace tanto tiempo de todo esto? Hace unos meses coincidí con un chico que me conocía de aquellos recitales. Me confesó que pedía dinero en una cabina a los transeúntes para poder pagarse las cervezas mientras durara la fiesta. Me reconoció también que se sentía importante porque yo empecé a saludarlo con efusividad cada noche (supuse que algo tuvo que ver en mi actitud que entonces él tuviera unos dieciséis años, la edad de Telémaco).