jueves, 16 de abril de 2009

PASIÓN


Hace poco rebuscando entre viejos papeles apareció el guión literario de un cortometraje que grabamos en Sevilla hace unos cuantos años. En la travesía no faltaron amigos como Quino Petit, Roberto Terán, Paco Cifuentes y Joaquín Calderón. Fue hermoso encarnar las palabras en imágenes que ahora parecen dormir un sueño eterno. Aquí vuelven esas palabras (me releo y me da un poco de grima pero no corrijo nada). Otra vez la nostalgia.



PASIÓN [ Guión Literario ]


Soy semejante al pelícano del desierto,
soy como el búho de las soledades.
Salmos CII; VII.


La luz celebra la vida en cada rincón, en cada esquina. Las gentes regresan a sus casas, los niños agotan las posibilidades últimas de los postreros juegos del mediodía. El albor, travieso, se filtra a través de las ramas de las arboledas. Cada día se produce la misma rutina y cada día, a pesar de lo previsible, sorprende de igual forma. El portal es cifra de un mundo familiar, conocido por todos.

De pie, ante el pórtico, un muchacho aguarda. Su cara casi roza el artilugio electrónico que hace las veces de aldaba –a este lugar aluminio y óxido llegaron hace ya muchos años-. Él es delgado y pasa inadvertido.

Nadie responde al portero electrónico pero no se marcha. Ha decidido hacer tiempo, quizá aparezca alguien, quizá le contesten. Ni sabe ni tiene adonde ir. La espera es una escapatoria a su desconcierto. La espera y el tabaco.

Un torpe forcejeo con la cerradura le alerta de un encuentro deseado. Su expectación aumenta. Ha emprendido un camino para llegar hasta este momento y existen las mismas posibilidades de que sea la persona que él busca como de que no lo sea. El azar o el destino resolverán esta duda con urgencia. El balanceo de la pesada puerta, el opaco cristal que no transluce más que una figura borrosa… Finalmente un “buenas tardes”, pronunciado con tono servicial y desconfiado, zanja toda vacilación. Una anciana avanza hacia la calle. Antes de abandonar el portal se asegura de que la puerta queda bien cerrada, tirando primero hasta sellarla y empujando después para cerciorarse.

Se inquieta. Este absurdo episodio ha incrementado su incertidumbre. ¿Y si no apareciera? Es la primera vez que se plantea que podría no existir un nunca más. Esta opción lo desalienta. Acaba de apagar un cigarro pero enciende otro; total, la vida es humo.

Una pareja llega. Ella se siente joven aunque ya no lo sea. Podría mediar entre ellos quince años de diferencia. Sin embargo, a pesar de la edad, salvan las distancias. Dos niños corren velozmente en carrera, casi los atropellan. Ella lo ha acompañado hasta el portal. Se despiden: Fugaz beso en los labios ¿Qué tipo de relación habrá entre ellos?

La espera cada vez se hace más angustiosa. Aprieta el calor. La calle va quedando desierta. Pero debe aferrarse a cualquier posibilidad de que aparezca, ya que ha llegado hasta aquí no puede marcharse, no debe abandonar.

Ahora no puede pensar. Demasiadas emociones revueltas. Está confuso. Mejor no pensar en nada, encender un cigarro y esperar. Tal vez aparezca.

A lo lejos un bullicio anuncia la llegada de un numeroso grupo de personas. El jaleo cada vez es más cercano. Algunas voces de mujer destacan sobre el resto, pero aún son ininteligibles. La curiosidad sustituye a la desesperanza y se acerca para ver de qué se trata. Un tropel en torno a un niño descalabrado obstaculiza el paso de la madre que marcha en busca de socorro. Es uno de los niños que vio antes y que por poco arrollan a aquella ambigua pareja. La sangre brota con exceso de su cabeza, aumentando el escándalo de lamentos y risotadas de la charanga de vecinos. Se quita la camiseta y se la ofrece a la madre para que contenga la herida hasta el ambulatorio. Ha perdido todo interés por la situación, el descalabro de un niño –tantas veces presenciado- no puede distraerlo de sus fantasmas, de su particular calvario. Poco a poco el grupo se aleja del portal, las voces se hacen ecos. La espera continúa.

La luz lo inunda todo. Acaba de salir a la calle después de un tiempo que no sabría precisar. Sus ojos, como simas rocosas, se hunden en tanta claridad. Pestañea. Debe ser mediodía.

Camina decidido, como quien ha adoptado una firme decisión y se propone a ejecutarla. La vida, mientras tanto, se exhibe impúdicamente. Las calles están repletas, los bares concurridos. No levanta la vista del suelo, no mira a su alrededor por si acaso lo reconociera alguien. En este estado, no tendría ánimo de pararse y mantener una conversación.

Camina. Le resulta imposible mantener un ritmo constante al andar. La gente, que come y bebe a las puertas de un bar, le estorba. Parpadea; ¡tanta luz!. Continuamente debe pedir permiso para poder pasar, sortearlos. No levanta la vista del suelo ni para pedir permiso.

Camina. La muchedumbre va perdiéndose atrás. Ahora recorre calles menos anchas. Observa la arquitectura, alza la vista hacia los balcones y ventanales. Sus ojos se han adaptado a la luz. Enciende un cigarro. Fuma, expulsa el humo lentamente. ¿En qué piensa?

Se cruza con gentes como sombras, de rasgos indefinidos, sin rostros. No les presta atención, no forman parte de su mundo interior, ajenos también a su existencia.

Llega, fatigado, ante un portal. A punto de pulsar una tecla, de llamar a algún piso, de encarar el encuentro, duda. Su firmeza, su determinación se atenúan. No es tiempo ahora para reflexiones. Ha tomado una resolución, ya está ante el portal. Nuevo intento con el dedo en suspenso ante una tecla. Llave para recomponer, quizá, tanta pérdida. Quiere escabullirse de tanto dolor. Ya no busca la felicidad, huye del tormento. Una única tecla y quizá… No llama. Pega el oído al portero electrónico. Nadie contesta.

Apaga un cigarrillo a la mitad. Ya ha fumado bastante. Está sentado en un bordillo. Suda. El sol se refleja en su pecho desnudo, sin coraza, desde que la camiseta fuera abandonada a la suerte de los acontecimientos. Se levanta. Llevaba ya un buen rato sentado, como testimonian algunas colillas. No puede pensar. Quiere alejarse de aquel lugar, quiere alejarse de sí mismo. Echa a andar. Sin destino.

2 comentarios:

Lara dijo...

Uf, qué flashhhhhhhhhhhh

Miguel Ángel Maya dijo...

...yo tampoco falté: estuve en el primer día de andadura, pero nunca te acuerdas...
...besos...