Cuando era mucho más joven odiaba la Navidad. Me enervaba la profusión de lucecitas y el deseo de paz y armonía que llenaban las calles por imperativo cristiano. Y el centro atestado de bolsas y más bolsas tras las cuales familias enteras (¡horror!) iban de compras.
Poner el Belén en casa de mis padres era un suplicio. Durante algunos años pagué por montármelo a mi amiga Rafi. Sólo las pocas monedas que maneja un quinceañero me libraron del martirio. Pero Rafi y yo doblamos esquinas diferentes y el Belén estuvo alguna Pascua sin montarse. Mis padres pasaron convenientemente página por no prender mi extremadamente inflamable carácter adolescente. Así fue hasta la llegada de mis sobrinos. Mis padres, ya abuelos enternecidos, se vieron en la obligación de agasajar a las criaturitas con el misterio del nacimiento. Y de nuevo desempolvaron el cocodrilo de plástico verde que flota sobre un río de papel de plata. Un niño de barrio obrero como yo puede mamar bien el espíritu kitsch en aquellas toscas figuras de plástico barato junto a clicks de Playmobil y figuritas Marvel de Phoskitos. Muy diferente nuestro belén de aquellos otros tan sublimes que veíamos tras largas colas en cualquier parroquia o comercio. Todo lo junto y revuelto de nuestro portal conformó estéticamente mi corazón de niño y lo introdujo en el mundo de lo kitsch. Eso le debo a la Navidad. Y es mucho.
ALGUNAS NOTAS SOBRE EL KITSCH PARA SOBREVIVIR A LA NAVIDAD
La esencia del Kitsch es la confusión de lo ético y lo estético, el kitsch no quiere producir lo ‘bueno’ sino lo ‘bello’.
El kitsch debe volver a los métodos más primitivos, precisamente porque carece de toda imaginación propia.
H. Broch, El mal en el sistema de valores del arte, 1933.
Es kitsch aquello que se nos parece como algo consumido; que llega a las masas o al público medio porque ha sido consumido; y que se consume (y, en consecuencia, se depaupera) precisamente porque el uso a que ha estado sometido por un gran número de consumidores ha acelerado e intensificado su desgaste.
Umberto Eco, Apocalípticos e Integrados, 1965.
El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lágrima dice: ‘¡Qué hermoso, los niños corren por el césped!’. La segunda lágrima dice: ‘¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped!’. Es la segunda lágrima la que convierte al kitsch en kitsch. La hermandad de todos los hombres del mundo sólo podrá edificarse sobre el kitsch.
Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, 1984.
[Foto: Maneki-neko (招き猫) como adorno colgante navideño]
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3 comentarios:
Esto es genial.
No te vi, luego París, y ya en casa.
¿Vendrás?????????
Estoy gorda!
Besos
"Kitsch: cateto con poesía". A ti te veo, sin embargo, muy hipotenusa...
Un beso, cascarrabias.
Larita, tenemos que vernos antes de.
Frankenweenie, a mí me gustaba más Christina Rosenvinge a Loriga. Yo también me veo bastante hipotenusa. Beso.
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