lunes, 23 de marzo de 2009

La vida perra de Rosito Narboni


Ayer terminé Rosas, restos de alas (La Fábrica, 2008), primera novela dada a prensa de Pablo Gutiérrez. Ando rumiando mi desconsuelo tras su lectura, porque si algo sobresale en ella es desconsuelo en carne viva y a raudales (no hablaré de su expresión exacta ni de su ritmo hipnótico ni de su estructura fragmentaria, todo recuerda al mejor Vázquez, al de La vida perra de Juanita Narboni). Me ha emocionado, conmocionado, trastornado. No debieras leerla precisamente ahora, me repetía en las páginas 45, 58, 68. Afuera es primavera y yo aferrado al papel de gramaje exquisito, al olor de las páginas, al suculento envoltorio que reserva un espejo. Qué cabrón este Pablo, me digo, cómo construye, reconstruye, deconstruye toda infancia, quién carajo le ha contado a este tío mi adolescencia. No hay huida posible porque el mundo, aunque achatado por los polos, es redondo y siempre volvemos al mismo punto de partida tras la carrera. Quisiera escupirme pero no llego (menos mal que Pablo lo hace por todos).

© Fotografía (portada de la edición): Alberto García-Alix, Autorretrato con la mujer que quiero, 1984.

1 comentario:

Lara dijo...






sincera reseña y desde el estómago


recibo todas tus palabras como recibí las suyas y las secundo


gran libro
grande