Hoy no tengas ganas, ni fuerzas ni energía para escribir y sin embargo escribo. Pura contradicción. La necesidad de escribir no es más que un tópico gastado, un banco en el merendero de aforismos huecos. En realidad es que no hay nada más allá de estas líneas. Tampoco reconforta, no supone ninguna terapia. Lo hago y no puedo dejar de presentir que me hace daño. Enciendo otro cigarro con la colilla incandescente que abandono en el cenicero repleto. No me preocupa ser feliz (no compro libros de Punset ni nada por el estilo). ¿Qué coño me pasa? Conozco gente que folla menos y no vive con este amargor en los colmillos (lo del buen polvo es otro tópico). Tampoco soy un hincha decepcionado por una mala temporada ni un amigo traicionado por su mejor ex-amigo. Nada más allá de estas líneas. Escribo porque soy tinta (o píxeles) y papel (o pantalla plana). Escribo porque soy lenguaje.
Ilustración: © Richard Diebenkorn, Albuquerque 4, 1951.